1

Si te encuentras leyendo estas palabras,
significa que has entrado a mi mente.

Emociones ocupan mi pecho,
pensamientos saturan mi cerebro,
pero aun así, las palabras no salen de mi boca.
Soy un muchacho sin voz.

¡Hablar si puedo!
Pero el miedo mantiene mi boca callada.
Miedo a ofender, miedo a provocar, miedo a llamar la atención.

¡En un silencio total no vivo!
La escritura es mi voz.
El papel y la tinta le dan vida a lo que pienso y siento.

2

En el mundo voy con el nombre de Sacco.

Nací aproximadamente hace cinco mil trescientos días.
Mi madre estadounidense, mi padre mexicano.
Pero desde hace hoco años, madre e hijo nos la hemos valido solos.

¡Qué pena tan dolorosa!
Una madre cuya única opción es adherirse a la fuerza laboral,
aun cuando su deseo más ferviente es estar en el hogar con su retoño.

Pero el deber se apodera del corazón de ciertas personas, de tal
manera que no pueden olvidar obligaciones fiscales ni lazos afectivos.
Y los hijos generalmente califican bajo ambas categorías.

Pobre Martha.

Martha es el nombre de mi madre.

3

No obstante, la autocompasión no embiste el techo de nuestro hogar.
Una fatiga leal y la esporádica ansiedad son los únicos achaques
de mi madre.

Lo que tú debes saber, es que Martha es la mejor representante
de servicio al cliente en la fábrica Max Massimo.
Ella recibe un buen salario e incluso algunas prestaciones.

¡Pero no te dejes engañar!
La bondad no tiene nada que ver con la compensación que ella recibe.
La empresa se asegura de exprimir a Martha al punto de dejarla igual
que al Mar de Aral.

Y su productividad no para allí.
Cuatro noches a la semana Martha trabaja en nuestra sala de abajo,
procesando información para una empresa de tecnología ubicada aquí,
en el condado de Catedral.

¿¡De qué otra forma podríamos pagar nuestra casa de cuatro
recámaras, nuestro carro de tan solo un año y mi equipo de
básquetbol!?

4

Martha:

¿Respecto a la nota de ayer...?

Sacco:

¡Ay mi madre!
Siempre dejando un vacío al final de sus palabras
con el fin de hacerme confesar;
¡pero por favor! Solo somos ella y yo.
¡Obviamente soy culpable!

Volteo a mi izquierda para mirarla mientras ella maneja; pero no dejo que mis labios dejen
escapar una sola palabra.

Solo abro los ojos para decirle que soy todo oídos.

Martha:

¡Ya te he dicho que esa cara me molesta!

uuf...

Mejor ahí le paro...

¡La cosa es que me fastidia...!

¡Tu rostro es de lo que estoy hablando...!
Bueno, no tu rostro... sino los gestos que haces...
los ojos grandotes y la cara de bobo...

¡aaugh...!

¡Boca fétida! Estoy arruinando el momento...

Solo quería decirte gracias...

Gracias por darle ánimos a mi corazón.

Sacco:

La sigo mirando con esa cara de bobo,
pero ahora ella tiene una sonrisa en su rostro.

Aprieto mis labios y le devuelvo el gesto.

Me volteo hacia mi lado y a través de mi ventana
mi mirada se pierde en el cielo.

Quisiera decirle a Martha del gusto que tengo
porque mis palabras le dieron gozo.

Deseo defenderme y decirle que no soy un idiota
por deseo propio.

Quisiera decirle:

Pasaba ya la media noche y te encontré soñando
profundamente.

La televisión seguía encendida.
La computadora en tu regazo.

El drama criminal estaba ya por terminar,
así que decidí quedarme.

Porque aunque nunca me lo hayas dicho,
sé que la música, el cocinar y los programas
Británicos, son de las pocas cosas que te hacen
sonreír.

En fin, con el asesino tras las rejas,
hice que el rebozo cayera sobre tus piernas.
Apagué la luz y los electrónicos y me fui a dormir.

Trataba de soñar, pero un dolor en mi pecho
mantenía mis ojos bien abiertos.

Regresé a la cocina, agarré mis sentimientos
y los arrojé sobre un pedazo de papel.

Fui al piso de abajo y dejé la nota cerca de tu
brazo.

Mujer:

No pudiste seguir despierta
ni acostarte de una forma placentera.

Ahora la conciencia me demanda
que te diga como terminó tu drama.

Resulta que el que parecía villano
era un buen hombre con un gemelo repugnante.

Te amo un montón y dos volcanes.

Saccotaco, tu único engendro.

P.D. Gracias por hacer que seamos de la clase
media.

5

Constantemente pienso en la vida que me espera.
Martha me dice que viva en el presente y disfrute mi existencia;
ella no sabe que el soñar con un futuro deslumbrante,
es un placer que no puedo abandonar.

El conducir con Martha alimenta mi imaginación.
Y aunque yo prefiero soñar con el futuro,
la música y mis alrededores a menudo me hacen pensar en el ayer.

Mientras que la canción Riverside, de Ryan Burman, flota en el aire,
mi espíritu se enlaza con los seres de la ciudad:
jardines de más de cien años,
techos derritiéndose y a punto de caer,
arquitectura inglesa en Norte América,
cottages de ladrillo de mil novecientos treinta.

A tres mil metros en el aire,
dragones serpentinos duermen bajo la tierra.
Sus vertebras milenarias
yerguen con orgullo y reverente paciencia.
Hoy día se conocen
como las cimas escabrosas de la Cordillera Wasatch.

6

Ya estamos en casa; y mientras Martha en la cocina prepara la cena,
yo tiro canastas en la cesta que cuelga de mi puerta.

El caramelizar cebollas es un proceso de lo más interesante.

Primero las picas,
y sabes que es en contra de su voluntad
porque te hieren hasta que lloras.
Simplemente quieren ser ignoradas.

Las comes crudas y descubres que son
un montón de bellacas amargas.

Les explicas que el fuego las ayudará a cambiar,
y también hará que tengan más colegas.

Poco a poco la lumbre las calma.

Con una fiebre jacarandosa,
un buen tanto de paciencia,
y la cantidad exacta de sal,
las cebollas se amansan.

Te das cuenta que la alquimia está funcionando,
cuando tu cocina se inunda de un olor exquisito y lleno de emoción.

Cuando ya están listas,
las bellacas se han convertido en oro dulce y puro.

Las cebollas caramelizadas son una compañía suculenta
para un sinfín de recetas.

7

Martha:

¡Volviendo a la nota que me diste ayer!

Sacco:

Dejo de tirar canastas y sostengo la esfera bajo
mi brazo; voy a la cocina y me recargo en la
pared.

El olor a cebolla frita marcha de mi nariz a mi
cerebro y hace que mis glándulas salivales hagan
llover.

Es obvio que mientras Martha le da vuelta a las
cebollas, su mente gira alrededor de algo más.

Desde su altura de un metro con sesenta y siete,
Martha sube su mirada trece centímetros más,
y desde allí, ella sigue hablando y cocinando.

Martha:

Algo que dijiste me dejó pensando,
y siento que estoy en desacuerdo.

Tal vez no completamente,
pero si considerablemente.

Dices que somos de la clase media.
Me da gusto que así nos veas,
pero es ahí donde yo difiero.

Los vendedores encuentran a los clientes,
y al instante me los dan a mí.

Es parte de mi deber configurar cada cuenta en el
sistema, lo cual incluye, asignar un código
individual para un tanto así como cien partes.

Debo decidir junto con los departamentos de
Diseño y Producción, la forma en que cada parte
será diseñada y construida.

Debo crear en el sistema una orden de
producción para cada parte que llega.

Me debo asegurar que los departamentos de
Diseño y Producción cumplan con sus tareas,
lo cual implica una o dos peleas.

Debo averiguar asiduamente por qué los
procedimientos operativos estandarizados están
siendo ignorados; y después con suma vergüenza,
mentirle al cliente diciéndole que nuestros errores
no suelen suceder.

A diario tengo que aguantar vulgaridades,
comentarios despectivos y una deshonestidad
infame por parte de cada uno de nuestros
departamentos.

A veces, la solución más práctica es simplemente
echarme la culpa.

Y al final de cada día, los vendedores se van a
casa con un cheque tres veces más grande que el
mío.

Ahora, tú dices que somos de la clase media;
yo digo que no valgo más que una esclava.

Pero a sabiendas que los esclavos aún existen,
y por compasión a ellos, no usaré esa palabra.

El hecho es que aunque nuestras
responsabilidades son similares,
al final de la jornada yo termino trabajando más
que cualquier vendedor.

Y mientras ellos se van de vacaciones,
a mí no me queda otra mas que trabajar un
segundo empleo para mantenernos al corriente.

Sacco:

¡Trabajo fétido!

Martha:

Pútrida realidad.